A pesar de que el día había amanecido un poco desapacible, las y los valientes que acudimos nos pusimos manos a la obra y al cabo de la mañana habíamos construido cooperativamente una llamativa obra de arte.
Hicimos una gran espiral alrededor de un pino. Había quien marcaba el trazado a seguir, quien apartaba hojas, quien las traía, y quien las ordenaba... Al final, después de sudar la camiseta, contemplamos con satisfacción el trabajo realizado.
El Land Art interviene sobre el paisaje tomando sus propios elementos (hojas, frutos, piedras, ramas caídas, etc.), buscando generar asombro y fascinación en quién la observa, y motivar una reflexión sobre nuestra relación con la naturaleza. De alguna manera, al introducir un cierto orden en los elementos (como una línea recta, una espiral o un degradado de color) sobre el habitual y natural desorden del entorno, instantáneamente capta nuestra atención y nos causa distintas sensaciones.
A diferencia de otras formas de arte, como la pintura tradicional, aquí la obra no se sitúa dentro de un museo y permanece allí por tiempo, sino que se emplaza en plena naturaleza, y se puede tocar, rodear, atravesar e incluso oler y escuchar. Y además es efímera: la acción del viento o la lluvia puede volver a desordenar los elementos utilizados, devolviéndoselos al paisaje y borrando todo rastro de nuestra actividad. Toda una gratificante lección práctica de cómo deberíamos desenvolvernos en nuestro querido planeta Tierra.
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